Quedan cuatro días para que terminen mis vacaciones.
La
novela está acabada, sólo me falta releer todo el texto por si tengo que hacer
alguna corrección. Aunque, supongo que después El Editor se encargará de hacer y deshacer a su antojo.
Amanda
no tuvo su final feliz, aunque he dejado la puerta abierta por si hubiera
posibilidad de escribir una segunda
parte.
A
fin de cuentas, soñar es gratis.
Esta
mañana estaba fisgoneando en la casa vecina, donde el otro día atisbé a alguien
pintando sobre un lienzo.
El Pintor, al pillarme infraganti,
me ha hecho un gesto con la mano para que me acercara.
Nos
hemos presentado y, muy amablemente, me ha invitado a tomar un té frío.
El Pintor es un anciano, aunque a lo lejos no parecía tan
mayor. Es alemán.
Con
un acento germano muy peculiar –en una mezcla de castellano y mallorquín- me ha
contado que vive en Formentera hace más de tres décadas.
Cuando
he sentido la confianza suficiente, le he preguntado si podía ver lo que estaba
pintando. No ha tenido ningún inconveniente.
He
imaginado que en el lienzo podría encontrarme plasmada cualquier cosa; el mar,
el cielo estrellado, algo abstracto, un autorretrato… Lo que no me hubiera
imaginado nunca es lo que realmente he visto.
Ahí
estaba Mi Hijo conmigo, ambos sentados
en el balancín del porche, abrazados, contemplando el mar.
La
pintura me ha transmitido una ternura infinita. Tanto, que sin darme cuenta mis
lágrimas han salido a flote.
El Pintor dice que disfruta cuando hay inquilinos en la casa
vecina. Suelen convertirse en su inspiración.
Me
ha conducido a su estudio, dentro de la casa, para enseñarme otros cuadros, en
los que aparecen; una pareja de enamorados, niños jugando, una mujer llorando…
Y así varias decenas de pinturas realizadas a lo largo de las tres últimas
décadas, en las que ha estado aposentado en esa casa.
Ha
sido un encuentro muy conmovedor.
Mientras
Mi Hijo y Mi Madre se echan la siesta, yo prefiero ir a darme un baño a la
playa. Siento que se me escapa el tiempo y lo quiero aprovechar al máximo.
A
estas horas el sol pega bien fuerte. La ventaja es que no hay nadie en los
alrededores.
Me
embadurno bien de protector solar, aunque mi piel ha adquirido en estos días un
bronceado espectacular.
A
continuación cubro mi cuerpo únicamente con una túnica de gasa.
Camino
hasta la playa, son unos cien metros de sol abrasador, me
desprendo de la liviana tela y me adentro en ese mar turquesa y sosegado.
Nado,
floto, buceo, hasta que me siento cansada.
Casi
estoy llegando a la orilla cuando diviso a El Corredor. Él también me ve, se detiene y me saluda con la mano.
¿Ahora
qué hago? Porque voy en pelotas.
Decido
hacerme la naturista y salgo del agua como si nada, esperando que el tono
bronceado de mi rostro no delate el rubor que me abrasa las mejillas.
-Aquí
no hay ningún faro.- Le digo, dejándome caer en la arena.
-Se
te ha olvidado el traje de baño.- Me dice con una sonrisa de medio lado.
-Y
a ti las zapatillas de deporte.
-También
se puede correr descalzo.
Entablamos
un diálogo de metáforas e indirectas que termina en risas.
-¿Te
vienes al agua? Me asusta nadar solo.
-Vale,
pero sólo es por verte el culo.
-Yo
si llevo bañador.
-Pues
que te coma un tiburón.
No
puedo resistir la tentación de hacer lo mismo. Me refiero a correr hacia el
agua, porque despelotada ya estoy.
Es
inevitable que al poco rato nuestros cuerpos estén enredados.
-¿Aquí
hay medusas?- Le pregunto aferrándome a su cuerpo.
-Estás
como una cabra.- Me dice, callándome con un profundo beso.
Mi
cuerpo, mi mente y mi todo se abandonan
a esta experiencia marítima tan inesperada como placentera.
Nadamos
un rato más, ahora envueltos en un silencio ensordecedor.
-En
que dentro de cuatro días volveré a la realidad.
-¿Y
eso es malo?
-Eso
es una incógnita para mí. En los últimos años las pesadillas y los dulces
sueños se han alternado con demasiada frecuencia.
-¿Y
ahora mismo dónde estas?
-En
un dulce sueño.
-Si
quieres podemos intentar convertirlo en una nueva realidad.
Ya
no sé que contestar, siento que el corazón se me para.
Ainnnnssss nena, me quiero bañar en bolas , hace mil años que no lo hago.
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