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lunes, 19 de mayo de 2014

27. LOS NERVIOS.


No soy muy amante de ir al médico, por suerte para mí, tampoco lo he necesitado más de lo estrictamente necesario.
Por lo menos había sido así hasta hace poco.
Últimamente estoy pasando una mala racha, y aunque parece que empiezo a levantar cabeza, tocaré madera por si las moscas.
Las Compañeras dicen que todo es por culpa de los nervios y el estrés al que vengo sometida en los últimos años. Aunque por si acaso –y a pesar de mi escepticismo- una de ellas me ha mirado por si me han echado mal de ojo. Dice que estoy hasta arriba. Yo le dejo que me rece, total peor no voy a estar.
Todo empezó con un desarreglo menstrual. En estas cosas siempre he sido como un reloj suizo, pura precisión. Como no estaba el horno para bollos -es decir, para comprar más cajas de Tampax-, terminé yendo al médico.
Resultó que tenía un quiste bastante grande en un ovario. Tanto era así, que la ginecóloga barajaba la opción de operar. Pero en la última ecografía el quiste se había evaporado. Eso sí, el desarreglo persiste un año después.
Cuando se solucionó lo del quiste comenzaron los dolores abdominales agudos. Tan fuertes y persistentes que me costaron dos visitas al hospital. Posible cólico biliar. Pero las pruebas dijeron que no. Los dolores resultaron ser consecuencia de los gases. Lo averiguó mi médico de cabecera tras una simple radiografía.
Por cierto, no sé si enmarcarla, pues en ella se me ve toda llena de aire oprimiéndome hasta el último órgano interno.
Unas infusiones y todo solucionado.
A continuación  vino el susto del siglo, cuando una noche, a eso de las dos, me senté en el váter a hacer pis y las salpicaduras de sangre llegaron hasta lo más alto de la taza. Aparentemente –y tras otra visita al hospital- sólo fue un cólico nefrítico.
Sin tener un día de respiro comenzó otro dolor fortísimo en mis lumbares y en el glúteo izquierdo, que me hizo andar como a Chiquito de la Calzada una temporada.
Tras tres semanas de tratamiento médico -en las que no sabía si andaba o volaba-, y unas radiografías en las que no se veía mal alguno, conseguí caminar con normalidad de nuevo.
Por supuesto, todos estos achaques los he ido pasando sin faltar un día al trabajo, excepto las horas imprescindibles para ir a los médicos especialistas. Porque las visitas de urgencia al hospital han sido siempre con nocturnidad y alevosía.
Pobres hermanos y pobre madre mía, que me han estado paseando de un sitio a otro. Y gracias a Mi Sobrina que alguna noche ha tenido que hacer de canguro de urgencia para su primo, ósea mi niño.
Aunque el último sobresalto –con su correspondiente visita al hospital- ha sido en horario laboral, eso sí, por lo menos ha tenido la consideración de sobrevenirme después de dejar al peque en el colegio.
Esta vez le ha tocado a El Gerente hacer de taxista/ambulancia, pues eso de cagar sangre asusta al más valiente.
Una vez en el hospital Mi Hermano Mayor –que ya estaba avisado- ha tomado el relevo como acompañante. Es muy reconfortante tener a un ser querido cerca mientras la enfermera te taladra el brazo tres veces hasta dar con la vena buena, pero sin atravesarla.
Pobre chica, estaba toda apurada porque me he puesto a llorar, no ha parado de disculparse, la he tenido que convencer de que no lloraba por los agujeros en el brazo –ni los inminentes hematomas- si no por la ansiedad que me genera tener que revolucionar a toda la gente de mi alrededor cada vez que me da un achaque nuevo.
Ya más calmada –y tras una nueva ecografía abdominal- he hablado con el médico. Todo está en orden.
Al final va a ser lo que dicen Las Compañeras: “Nena, eso son los nervios.

2 comentarios:

  1. Son los nervios, el cuerpo lo soporta todo estoicamente, pero le llega su hora.
    Seguro que es una mala racha y la salud vuelve. Cuida mucho de la protagonista de tu historia, ella lo merece.

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