No soy muy amante de ir al
médico, por suerte para mí, tampoco lo he necesitado más de lo estrictamente
necesario.
Por lo menos había sido así
hasta hace poco.
Últimamente estoy pasando
una mala racha, y aunque parece que empiezo a levantar cabeza, tocaré madera por
si las moscas.
Las Compañeras dicen que todo es por culpa de los nervios y el estrés al que vengo
sometida en los últimos años. Aunque por si acaso –y a pesar de mi
escepticismo- una de ellas me ha mirado por si me han echado mal de ojo. Dice que estoy hasta arriba. Yo le dejo que me rece,
total peor no voy a estar.
Todo empezó con un
desarreglo menstrual. En estas cosas siempre he sido como un reloj suizo,
pura precisión. Como no estaba el horno para bollos -es decir, para comprar más
cajas de Tampax-, terminé yendo al
médico.
Resultó que tenía un quiste bastante grande en un ovario. Tanto era
así, que la ginecóloga barajaba la opción de operar. Pero en la última
ecografía el quiste se había evaporado. Eso sí, el desarreglo persiste un año
después.
Cuando se solucionó lo del
quiste comenzaron los dolores abdominales agudos. Tan fuertes y persistentes
que me costaron dos visitas al hospital. Posible cólico biliar. Pero las
pruebas dijeron que no. Los dolores resultaron ser consecuencia de los gases. Lo averiguó mi médico de cabecera tras una simple radiografía.
Por cierto, no
sé si enmarcarla, pues en ella se me ve toda llena de aire oprimiéndome hasta el
último órgano interno.
Unas infusiones y todo solucionado.
A continuación vino el susto del siglo, cuando una noche, a
eso de las dos, me senté en el váter a hacer pis y las salpicaduras de
sangre llegaron hasta lo más alto de la taza. Aparentemente
–y tras otra visita al hospital- sólo fue un cólico nefrítico.
Sin tener un día de respiro
comenzó otro dolor fortísimo en mis lumbares y en el glúteo izquierdo, que me
hizo andar como a Chiquito de la Calzada una temporada.
Tras tres semanas de tratamiento médico -en las que
no sabía si andaba o volaba-, y unas radiografías en las que no se veía mal
alguno, conseguí caminar con normalidad de nuevo.
Por supuesto, todos estos
achaques los he ido pasando sin faltar un día al trabajo, excepto las horas
imprescindibles para ir a los médicos especialistas. Porque las visitas de
urgencia al hospital han sido siempre con nocturnidad y alevosía.
Pobres hermanos y pobre
madre mía, que me han estado paseando de un sitio a otro. Y gracias a Mi Sobrina que alguna noche ha tenido
que hacer de canguro de urgencia para su primo, ósea mi niño.
Aunque el último sobresalto
–con su correspondiente visita al hospital- ha sido en horario laboral, eso sí,
por lo menos ha tenido la consideración de sobrevenirme después de dejar al
peque en el colegio.
Esta vez le ha tocado a El Gerente hacer de taxista/ambulancia,
pues eso de cagar sangre asusta al más valiente.
Una vez en el hospital Mi Hermano Mayor –que ya estaba avisado-
ha tomado el relevo como acompañante. Es muy reconfortante tener a un ser querido
cerca mientras la enfermera te taladra el brazo tres veces hasta dar con la
vena buena, pero sin atravesarla.
Pobre chica, estaba toda
apurada porque me he puesto a llorar, no ha parado de disculparse, la he tenido
que convencer de que no lloraba por los agujeros en el brazo –ni los inminentes
hematomas- si no por la ansiedad que me genera tener que revolucionar a toda la
gente de mi alrededor cada vez que me da un achaque nuevo.
Ya más calmada –y tras una
nueva ecografía abdominal- he hablado con el médico. Todo está en orden.
Al final va a ser lo que
dicen Las Compañeras: “Nena, eso son los nervios”.
Pobrecita mía.
ResponderEliminarSon los nervios, el cuerpo lo soporta todo estoicamente, pero le llega su hora.
ResponderEliminarSeguro que es una mala racha y la salud vuelve. Cuida mucho de la protagonista de tu historia, ella lo merece.