El sonido suave del vaivén
de las olas me acunó como si fuera un bebé al que se le canta una nana.
He conseguido despertarme
justo cuando el alba comenzaba a despuntar.
Al querer salir tan deprisa
hacia la terraza, para no perderme el espectáculo del amanecer, se me han
enredado los pies en la colcha y he caído de bruces al suelo.
Por suerte, al estar
envuelta como una oruga en la tela enguatada, los daños han sido mínimos. Sólo
un mordisco en el labio. Más tarde me pondré hielo, no me quiero perder esto.
Mi
Madre irrumpe en mi habitación asustada después de oír el golpe. Le hago
un gesto con la mano para que salga a la terraza y comparta conmigo este
momento.
No puede evitar alternar
sus miradas del horizonte a mi labio hinchado y de mi labio hinchado al
horizonte.
Otra mañana quizá me
aventure a darme un baño matutino en la playa o por lo menos a intentarlo. No
creo que mi cuerpo resista la embestida de esas mágicas y frías aguas.
Después de desayunar
tranquilamente y pasar en fila por la ducha, Mi Madre y Mi Hijo se han
ido rumbo al mercadillo muy contentos.
Antes, el peque nos ha contado su sueño con una barca que encontró abandonaba y él mismo arregló para irse a pescar.
Cuando termino de
fregar los cacharros del desayuno, meto en mi mochila lo necesario para
escribir y algo para echarme a la boca a media mañana si el hambre aprieta.
Al salir Curra me sigue, mirándome con cara
de ¿no me vas a poner el collar y la correa?
Hay un buen paseo hasta el
faro, según las indicaciones que me dio el camarero ayer. Asombrosamente no
tengo prisa.
Después de una hora de
caminata por fin atisbo el faro, estaba empezando a creer que no iba por buen camino.
A medida que me acerco
estoy más contenta de haber venido.
El faro es pequeñito y
sencillo, pero no por ello menos encantador.
Me siento en unas rocas a
descansar un poco y de paso contemplo las impresionantes olas. Casi me quedo
sin respiración al ver, a lo lejos, a un grupo de delfines saltando sobre
ellas.
Curra merodea por
los alrededores, disfrutando de su reciente libertad.
Es un buen momento para
ordenar lo que hasta ahora llevo escrito, retomar el hilo o cortarlo y comenzar
de nuevo la novela.
Tengo papeles y notas de
todos los tamaños, con ideas que me han ido surgiendo en cualquier momento y
lugar.
El sonido de unos pasos
apresurados -que se acercan hacia mí-, rompe mi concentración. Oigo las pisadas
crujir sobre la arena y piedras del camino.
Como por acto reflejo me
giro sobre la roca en la que estoy sentada.
Es un hombre haciendo
footing el que se aproxima.
Al girarme no he sujetado
bien los papeles sobre el portafolios y varios de ellos salen volando a causa
del viento.
Intentando atrapar los que
vuelan, descuido el resto. Ahora hay una fiesta de papeles a mí alrededor.
Curra al verme ir
detrás de ellos se pone a ladrar y a dar saltos entorno a mí. Para ella es
un juego.
Consigo coger cuatro o
cinco hojas, el resto vuela en distintas direcciones.
De rodillas en el suelo e
intentando sujetar bien lo que tengo en las manos, me entran ganas de llorar.
-¿Te encuentras bien?- Me
dice El Corredor, al tiempo que
consigue agarrar en el aire unos cuantos papeles más. -¿Son muy importantes?
-Lo suficiente para querer
gritar hasta quedarme afónica.- Le contesto yo mientras le cojo de sus manos
los folios que ha recuperado para mí.
-Pues grita.
Me da por reír y luego
llorar, delante de ese hombre al que no conozco de nada, sin sentirme incómoda.
Él permanece a mi lado haciendo
estiramientos, mientras se me pasa la congoja.
-¿Mejor?
-Si, perdona por
semejante espectáculo, interrumpí tu carrera.
-¡Qué va! Siempre me detengo al llegar aquí, me gusta contemplar un rato las olas antes de iniciar
el regreso.
-Entonces me he parado en
tu meta.- Le digo sin saber por qué.
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