Después de perder los papeles –o por lo menos, la mayoría de ellos-, he considerado como una señal lo sucedido.
Igual
necesito empezar la novela desde cero, darle otro enfoque.
Esta
noche meditaré sobre ello. Porque tras el disgusto, me he quedado un poco
vacía de inspiración.
El Corredor ha seguido su camino, después de estirar y
descansar.
He
vuelto a quedarme sola frente al mar.
Curra sigue consumiendo energía corriendo de un lado a otro.
Saco
una naranja de mi mochila y la perra se planta frente a mí moviendo el rabo.
Quiere jugar.
Utilizo
la naranja a modo de pelota y se la lanzo, va tras ella devolviéndome la fruta en menos de un minuto para que se la
lance otra vez.
La
naranja rueda por el acantilado y Curra
no se frena ante el vacío.
Ahora
soy yo la que corre hasta el filo del abismo.
Me
asomo horrorizada sin saber –o no
queriendo saber- lo que me voy a encontrar.
El
cuerpecito maltrecho de Curra se ve
al fondo, entre dos rocas.
Hay
un tramo accesible, aunque escarpado, por el que llegar hasta allí.
Me
armo de valor y comienzo el descenso para rescatar a mi perrita, aunque estoy
casi segura de lo peor.
Casi una hora más tarde, después
de varios resbalones y alguna que otra magulladura, consigo alcanzarla.
No
hay lugar a dudas.
Acurruco
su cuerpecito roto entre mis brazos mientras las lágrimas me caen a
raudales por las mejillas.
Miro
al horizonte, esas olas y ese mar... A Costa da Morte, ¡qué acertado!
Pasa
un buen rato, durante el cual no sé qué hacer.
El agua fría que me salpica las piernas me saca de mi abstracción.
El agua fría que me salpica las piernas me saca de mi abstracción.
¿Qué
le voy a decir a Mi Hijo? ¿La verdad?
¿Qué se perdió?
Finalmente
decido que ese paraje es un buen sitio para yacer en la eternidad.
Rodeo
un poco el pie del acantilado y encuentro una oquedad entre las rocas y la arena.
Cerca hay unos trozos de madera, parecen restos de alguna barca.
Cerca hay unos trozos de madera, parecen restos de alguna barca.
Utilizo
uno de ellos para excavar en el suelo. Ahondo lo suficiente para dejar bien sepultada
a mi perrita inerte.
Cuando
termino me siento en la arena mirando en contrapicado hacia ese acantilado,
luego miro las olas que rompen en la orilla de la playa.
De pronto un escalofrío me recorre el cuerpo, he perdido la noción del tiempo,
debe ser media tarde.
No he ido a comer con Mi Madre y Mi Hijo.
El móvil no tiene cobertura.
No he ido a comer con Mi Madre y Mi Hijo.
El móvil no tiene cobertura.
Así
que me apresuro a volver. Me oriento desde la playa para conseguir regresar a
la casita.
Debido
a la rapidez de mis pasos -y al temor de preocupar a Mi Madre por mi larga ausencia-, el retorno se acorta en el tiempo.
Puedo
ver la cara desencajada de Mi Madre
nada más atravesar el umbral de la puerta. Mi
Hijo, en cambio, está durmiendo la siesta como un bendito.
Consigo
explicar lo que le ha
pasado a Curra justificando así mi
demora.
A
malas penas puedo darle unos tragos al gazpacho, tengo el estómago hecho un
nudo.
Me
doy una ducha para quitarme toda la arena y la sal de encima.
Al
salir del baño, un poco más tranquila, mi móvil comienza a sonar. Debe haber
alcanzado cobertura de nuevo.
Me
llaman del trabajo, estaban intentando contactar conmigo todo el día.
Tengo
que reincorporarme urgentemente a causa de un contratiempo que hace mi
presencia necesaria.
Cuento con un par de días de margen para regresar.
Me desplomo en el sofá.
Mi Hijo sale de su habitación, me da un abrazo y me besa
mientras arrebatadamente me cuenta todo lo que ha visto en el mercadillo con la
abuela.
Acto
seguido sale al jardín.
-¡Mamá!
¿Dónde está Curra?- Me pregunta a
gritos desde fuera.
-No
sé hijo, estará corriendo por ahí.- Le digo yo.
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