Tras
la comida –y para rebajar lo que no he comido-, hemos paseado por las calles
más céntricas de La Gran Ciudad.
Me
hubiera gustado poder disimular la cara de pueblerina, pero es que todo me
asombraba.
Como la naturalidad con la que todo el mundo paseaba corriendo o como interrelacionaban los unos con los otros.
En una de esas ocasiones en las que me he quedado absorta mirando a otra gente, me ha venido la inspiración para continuar con mi novela.
Como la naturalidad con la que todo el mundo paseaba corriendo o como interrelacionaban los unos con los otros.
En una de esas ocasiones en las que me he quedado absorta mirando a otra gente, me ha venido la inspiración para continuar con mi novela.
[…]
Para cuando Amanda y Elvira
terminaron su jornada de trabajo y cerraron el estudio fotográfico, ya habían
seleccionado varios anuncios de pisos en alquiler, pero como se les había hecho
demasiado tarde para poder visitarlos con luz del día, decidieron concertar las
visitas para el día siguiente.
Era
tarde –ya casi de noche-, así que se irían directamente a picar algo para cenar
y luego a tomar unas copas a algún pub.
-
¿Dónde quieres ir?- Preguntó Elvira a
Amanda.
-
No tengo ni idea, hace siglos que no salgo, así que quedo en tus manos. Eso si,
preferiría un sitio tranquilo para romper el hielo.- Contestó Amanda como
construyendo una barrera a su alrededor con su postura.
Elvira
debió pensar que un tratamiento de choque era lo que su amiga necesitaba, así
que la guió hasta un pub con un nombre bastante descriptivo, El 112.
Nada más entrar, Amanda ya percibió varias miradas masculinas que se iban clavando en ellas, les costó trabajo abrirse paso hasta la barra. No tanto por el aforo como por la resistencia del género masculino a cederles un paso holgado, no estaban dispuestos a renunciar a la más mínima posibilidad de roce, cuerpo a cuerpo. Amanda no se sentía cómoda, demasiado pronto para enfrentarse a semejante mercado de carne. Estuvo observando atónita lo rápido que hombres y mujeres –aparentemente desconocidos- pasaban del saludo al estrecho acercamiento.
Nada más entrar, Amanda ya percibió varias miradas masculinas que se iban clavando en ellas, les costó trabajo abrirse paso hasta la barra. No tanto por el aforo como por la resistencia del género masculino a cederles un paso holgado, no estaban dispuestos a renunciar a la más mínima posibilidad de roce, cuerpo a cuerpo. Amanda no se sentía cómoda, demasiado pronto para enfrentarse a semejante mercado de carne. Estuvo observando atónita lo rápido que hombres y mujeres –aparentemente desconocidos- pasaban del saludo al estrecho acercamiento.
Les
habían abordado varios hombres, a los que Elvira había sabido despachar con
gracia, haciéndose cargo de lo oxidada que estaba su amiga en esos menesteres.
Para
Amanda fue demasiado cuando un nuevo espécimen del género "macho man" casi la empotró contra la barra "arrimándole la cebolleta” al ir a pedirse una copa.
-
¡Por lo que más quieras, Elvira, vámonos de aquí!- Casi le gritó a su
compañera, con la cara encendida de escarlata […]
Antes
de volver a casa de mi hermana hemos llevado al peque a una tienda fantástica en la que vendían toda clase de
objetos relacionados con los comics y los dibujos animados de todos los
tiempos.
Mi Hermana Pequeña le ha dicho al niño que eligiese la figura que más
le gustase. Éste se ha encaprichado de un Naranjito.
También le ha regalado una camiseta de Mazinger-Z
y a mi me la ha regalado de Afrodita-A,
como diciéndome aquello de… ¡Peeeechos
fuera! No he podido evitar pensar en que El Vancuverita está por llegar.
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