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lunes, 18 de agosto de 2014

40. EL 112.

Después de instalarnos en casa de mi hermana, hemos ido a comer. Lo cierto es que no me entraba bocado –a pesar de la buena pinta que tenía todo-, por pensar en lo poco que faltaba para reencontrarme con El Vancuverita.
Tras la comida –y para rebajar lo que no he comido-, hemos paseado por las calles más céntricas de La Gran Ciudad.
Me hubiera gustado poder disimular la cara de pueblerina, pero es que todo me asombraba.
Como la naturalidad con la que todo el mundo paseaba corriendo o como interrelacionaban los unos con los otros.
En una de esas ocasiones en las que me he quedado absorta mirando a otra gente, me ha venido la inspiración para continuar con mi novela.

 […] Para cuando Amanda y Elvira terminaron su jornada de trabajo y cerraron el estudio fotográfico, ya habían seleccionado varios anuncios de pisos en alquiler, pero como se les había hecho demasiado tarde para poder visitarlos con luz del día, decidieron concertar las visitas para el día siguiente.
Era tarde –ya casi de noche-, así que se irían directamente a picar algo para cenar y luego a tomar unas copas a algún pub.
- ¿Dónde quieres ir?- Preguntó  Elvira a Amanda.
- No tengo ni idea, hace siglos que no salgo, así que quedo en tus manos. Eso si, preferiría un sitio tranquilo para romper el hielo.- Contestó Amanda como construyendo una barrera a su alrededor con su postura.
Elvira debió pensar que un tratamiento de choque era lo que su amiga necesitaba, así que la guió hasta un pub con un nombre bastante descriptivo, El 112.

Nada más entrar, Amanda ya percibió varias miradas masculinas que se iban clavando en ellas, les costó trabajo abrirse paso hasta la barra. No tanto por el aforo como por la resistencia del género masculino a cederles un paso holgado, no estaban dispuestos a renunciar a la más mínima posibilidad de roce, cuerpo a cuerpo. Amanda no se sentía cómoda, demasiado pronto para enfrentarse a semejante mercado de carne. Estuvo observando atónita lo rápido que hombres y  mujeres –aparentemente desconocidos- pasaban del saludo al estrecho acercamiento.
Les habían abordado varios hombres, a los que Elvira había sabido despachar con gracia, haciéndose cargo de lo oxidada que estaba su amiga en esos menesteres.
Para Amanda fue demasiado cuando un nuevo espécimen del género "macho man" casi la empotró contra la barra "arrimándole la cebolleta” al ir a pedirse una copa.
- ¡Por lo que más quieras, Elvira, vámonos de aquí!- Casi le gritó a su compañera, con la cara encendida de escarlata […]

Antes de volver a casa de mi hermana hemos llevado al peque a una tienda fantástica en la que vendían toda clase de objetos relacionados con los comics y los dibujos animados de todos los tiempos.
Mi Hermana Pequeña le ha dicho al niño que eligiese la figura que más le gustase. Éste se ha encaprichado de un Naranjito. También le ha regalado una camiseta de Mazinger-Z y a mi me la ha regalado de Afrodita-A, como diciéndome aquello de… ¡Peeeechos fuera! No he podido evitar pensar en que El Vancuverita está por llegar.

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