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lunes, 11 de agosto de 2014

39. EL PERCHERO



Estaba absorta en el trabajo -al mismo tiempo que reorganizaba en mi cabeza todo el papeleo que tengo, y el que aun me falta, para el juicio-, cuando ha sonado mi teléfono móvil. Me he sobresaltado, porque últimamente desconfío de cualquier cosa.

Era Mi Hermana Pequeña, me ha dicho que coja al niño y me vaya unos días para allí –allí es La Gran Ciudad donde ella vive-, que aproveche este puente y que no me lo piense.

Lo cierto es que cuando me ha dicho que va a recibir la visita de un par de amigos de Canadá –El Vancuverita será uno de ellos- ya no he podido pensar.

He intentado encontrar alguna excusa para declinar la oferta de mi hermana y no he encontrado ninguna convincente. Tampoco es que me haya esforzado mucho en la búsqueda, dicho sea de paso.

Mi hijo tendrá la oportunidad de ver un montón de cosas interesantes.

Para el juicio todavía quedan dos semanas y en los días de fiesta no podré obtener ningún documento de los que aun me faltan.

Una vez más,  Mi Hermana Pequeña se ocupará de comprar los billetes, en esta ocasión serán billetes de tren.

Mi proyecto de novela está bastante encaminado, o igual no…

[…] Amanda necesitó más de una semana para terminar de creerse que Serafín la había dejado. Durante esos días estuvo yendo al trabajo como una muerta en vida.

Elvira -su socia y mejor amiga-, intentó hacerla reaccionar, animándola a salir de fiesta y a disfrutar de su renovada soltería.

Al final fue la propia Amanda la que salió del trance por si misma diez días después, cuando al ir a coger el abrigo del perchero -situado detrás de la puerta de entrada, en el pasillo-, uno de los ganchos de éste se descolgó y cayó al suelo.

Amanda se quedó mirando el colgador con forma de hoja tropical caído en el suelo, le dio por reír al pensar en cómo Serafín y ella habían decorado su apartamento de apenas sesenta metros cuadrados, hacía ya más de quince años.

El pasillo, en el que se encontraba en ese mismo momento, imitaba la selva amazónica, el pequeño salón lo habían decorado al estilo futurista, la diminuta cocina  como una cantina mejicana, el único dormitorio al más puro estilo medieval y el aseo reproducía el fondo del mar. 
En ese momento le pareció tan ridículo que no pudo parar de reír durante un buen rato.

Cuando llegó al estudio fotográfico que tenía con Elvira, le dijo muy animada:

-Esta noche nos vamos de fiesta, Elvira. Y ahora mismo me ayudas a buscar un apartamento nuevo al que mudarme cuanto antes.

-Eso está hecho-. Respondió Elvira sin salir de su asombro […]

Mi Hermana Pequeña nos esperaba a mi hijo y a mí en la estación.

Después de los correspondientes besos, abrazos y achuchones entre los tres, hemos tomado rumbo hacia su casa.

Mi hermana vive en un piso antiguo, pero reformado, en el centro de la ciudad, tiene los techos altísimos, grandes ventanales que dan a La Gran Avenida y pasillos que parecen laberintos.

Al niño y a mi nos ha instalado en dos habitaciones que se comunican entre si por una puerta corredera. Mi hijo está encantado con su habitación, pues tiene figuras de coleccionista de personajes de cómic repartidos por toda la estancia.

Esta noche llegarán sus amigos canadienses y yo estoy “atacá”.

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