Le miro la garganta, la tiene inflamada y rojísima.
Ya he dicho en alguna ocasión que las madres somos, todas, licenciadas en medicina.
Así que voy camino de casa de mi hermana, arrastrando al crío para ponerle el termómetro, verificar lo que ya sé y darle el jarabe para la fiebre e inflamación de la garganta.
El Vancuverita se ha ofrecido a acompañarnos, pero yo no lo he permitido a pesar de su insistencia. Acaba de llegar, no sería correcto apropiármelo como enfermero.
Efectivamente, treinta y nueve grados celsius, así que tras darle un lingotazo de Junifen al niño, lo meto en la cama con una dosis añadida de mimos.
Casi una hora después está dormido y la fiebre comienza a remitir.
Voy a aprovechar esta tranquilidad forzada para seguir con mis escritos.
[…]
En cambio Serafín se convirtió en camaleón, de pronto se ponía rojo, de pronto
cambiaba al morado. Cuando su rostro pasó a la gama de los amarillos, Amanda
consiguió descongelarse y abrirse paso hacia el aseo.
El
tercero en discordia tenía cara de “¿Qué
coño ha pasado aquí?”
Amanda
sólo pretendía refrescarse un poco la cara, pero creyó necesario meter la
cabeza debajo del grifo, mientras rogaba a los dioses del Universo para que al
salir del aseo, Serafín y su partener
se hubieran esfumado.
Como
tardaba en salir, fue Elvira la que terminó entrando en su busca, ajena a lo
que había sucedido.
Amanda
consiguió explicárselo todo y, cuando terminó, ambas estallaron en una sonora
carcajada al unísono.
Aunque
después de unos instantes las carcajadas de Amanda se convirtieron en llanto, y
el llanto en vómitos.
Pasó
de haber tenido la cabeza debajo del grifo a tenerla casi dentro del inodoro,
para volver a meterla debajo del grifo una vez más al terminar de vaciar su
estómago.
-Una noche dura.- Le dijo Elvira cuando la acompañaba de regreso a casa.
-Yo diría más bien surrealista. Tendré que meditar sobre lo que ha pasado esta noche, pero ahora no tengo fuerzas.
Después de todo, mañana será otro día.- Contestó Amanda, al estilo Scarlett O’hara en Lo que el viento se llevó.
Cuando
llegaron a su casa, se dejó meter en la cama por su amiga, quien la arropó como
si fuera un bebé. [...]
Me
debo haber quedado dormida mientras escribía.
Eso es lo que creo cuando me despierto al oír unos golpecitos en la puerta de mi habitación.
Con el dorso de la mano me limpio el hilillo de baba -que se me estaba cayendo por la comisura de la boca- y me dirijo sigilosa hacia la puerta para no despertar al niño.
-¿Cómo está el pequeño?- Me pregunta susurrando El Vancuverita.
Eso es lo que creo cuando me despierto al oír unos golpecitos en la puerta de mi habitación.
Con el dorso de la mano me limpio el hilillo de baba -que se me estaba cayendo por la comisura de la boca- y me dirijo sigilosa hacia la puerta para no despertar al niño.
-¿Cómo está el pequeño?- Me pregunta susurrando El Vancuverita.
-Ya está mejor, gracias por preocuparte. Siento que se haya estropeado la
noche.- Acierto a responderle.
-Don’t worry! Guapa.- Me dice guiñándome un ojo- Mañana será otro día.
-Eso lo decía Scarlett O’hara en Lo que el viento se llevó.- Le digo.
Y el me mira con cara divertida, antes de besarme, con una ternura infinita, en la mejilla y darse media vuelta rumbo a su habitación.
-Don’t worry! Guapa.- Me dice guiñándome un ojo- Mañana será otro día.
-Eso lo decía Scarlett O’hara en Lo que el viento se llevó.- Le digo.
Y el me mira con cara divertida, antes de besarme, con una ternura infinita, en la mejilla y darse media vuelta rumbo a su habitación.
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