Ella
es una chica muy interesante, porque no
mea ni hace pipí, ella orina. Tampoco hace caca ni caga, ella hace de cuerpo.
Deben
ser el tipo de detalles que la hacen una mujer irresistible.
La
conocí cuando vino a mi casa (mi segunda vivienda con El Contrario, la de la
hipoteca en yenes japoneses) a fisgonear. Creo que fue la primera persona en
conocer los nombres de la mayoría de los vecinos, cómo estaban decoradas nuestras
casas, en qué trabajábamos e incluso a qué dedicábamos nuestro tiempo libre, como cantaba José Luis Perales.
Eso
es toda una hazaña teniendo en cuenta que el complejo consta de ciento tres
viviendas.
He
de reconocer que sucumbí a sus encantos y me cayó bien desde el primer día, en
menos de un año compartíamos confidencias como las mejores amigas.
Por
eso cuando su chico la dejó, después de toda una vida juntos, no dudé en
escucharla, prepararle tilas, sujetarle la frente para que vomitara en mi water e intentar
consolarla lo mejor que pude. No obstante y dado que yo tenía un hijo pequeño al que
atender, en ocasiones le decía a El
Contrario que subiera al quinto a ver cómo se encontraba, pues me tenía
preocupada. Incluso los animé a que salieran juntos a correr, en lugar de
hacerlo por separado (no hace falta que el lector disimule la risa, ya sé lo
que está pensando).
Ella me
recuerda a Rebecca de Mornay en La mano que mece la cuna. Es pensar en La del Quinto
y los pelos se me ponen como escarpias.
Aunque
es bonito recordar algunos momentos vividos cuando aun creía que era mi amiga.
Como ese día en que al abrir la puerta de casa, cuando tocaron al timbre, me la
encontré arregladísima y me preguntó si necesitaba algo, pues iba a comprar al Mercadona. Yo le dije lo bien que iba y
que eso era lo que tenía que hacer, ponerse guapa hasta para ir al súper y no
hundirse porque la hubiera abandonado su chico.
Obviamente
se vistió así pensando en que fuera El Contrario el que abriera la puerta pues
yo estaba con la pierna escayolada por aquel entonces.
O
ese momento en que le ofrecí un trozo de tarta de la abuela, que yo había hecho, y dijo que no hacía falta que ensuciara
otro plato para ella, que comía del plato de El Contrario. Éste no se
quejó con lo escrupuloso que siempre ha sido.
Ahora
lo recuerdo y pienso lo bien que se lo debieron pasar en esos y otros momentos
parecidos. Sólo tengo que echar un vistazo a algunas fotos para ver lo que no vi
y siempre estuvo delante de mis narices. No será porque no me lo avisaran
familiares y amigos, pero yo les respondía en tono despreocupado, como quien
confía plenamente en la humanidad, ¿qué
puedo perder?¿una amiga?¿a mi pareja?.
Pues
no amigos. Esto es como la frase aquella que decían antes las suegras, no he perdido a un hijo he ganado a una
hija, cuando sus hijos se casaban.
Pues yo no perdí a mi pareja, aunque ya
no lo sea, porque vivimos bajo el mismo techo y tampoco perdí a una amiga,
aunque ya no lo sea, porque sigo teniéndola de vecina en el quinto.
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