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martes, 17 de diciembre de 2013

5. LA DEL QUINTO



Ella es una chica muy interesante, porque  no mea ni hace pipí, ella orina. Tampoco hace caca ni caga, ella hace de cuerpo.

Deben ser el tipo de detalles que la hacen una mujer irresistible.

La conocí cuando vino a mi casa (mi segunda vivienda con El Contrario, la de la hipoteca en yenes japoneses) a fisgonear. Creo que fue la primera persona en conocer los nombres de la mayoría de los vecinos, cómo estaban decoradas nuestras casas, en qué trabajábamos e incluso a qué dedicábamos nuestro tiempo libre, como cantaba José Luis Perales.

Eso es toda una hazaña teniendo en cuenta que el complejo consta de ciento tres viviendas.

He de reconocer que sucumbí a sus encantos y me cayó bien desde el primer día, en menos de un año compartíamos confidencias como las mejores amigas.

Por eso cuando su chico la dejó, después de toda una vida juntos, no dudé en escucharla, prepararle tilas, sujetarle la frente para que vomitara en mi water e intentar consolarla lo mejor que pude. No obstante y dado que yo tenía un hijo pequeño al que atender, en ocasiones le decía a El Contrario que subiera al quinto a ver cómo se encontraba, pues me tenía preocupada. Incluso los animé a que salieran juntos a correr, en lugar de hacerlo por separado (no hace falta que el lector disimule la risa, ya sé lo que está pensando).

Ella me recuerda a Rebecca de Mornay en La mano que mece la cuna. Es pensar en La del Quinto y los pelos se me ponen como escarpias.

Aunque es bonito recordar algunos momentos vividos cuando aun creía que era mi amiga. Como ese día en que al abrir la puerta de casa, cuando tocaron al timbre, me la encontré arregladísima y me preguntó si necesitaba algo, pues iba a comprar al Mercadona. Yo le dije lo bien que iba y que eso era lo que tenía que hacer, ponerse guapa hasta para ir al súper y no hundirse porque la hubiera abandonado su chico.

Obviamente se vistió así pensando en que fuera  El Contrario el que abriera la puerta pues yo estaba con la pierna escayolada por aquel entonces.

O ese momento en que le ofrecí un trozo de tarta de la abuela, que yo había hecho, y dijo que no hacía falta que ensuciara otro plato para ella, que comía del plato de  El Contrario. Éste no se quejó con lo escrupuloso que siempre ha sido.

Ahora lo recuerdo y pienso lo bien que se lo debieron pasar en esos y otros momentos parecidos. Sólo tengo que echar un vistazo a algunas fotos para ver lo que no vi y siempre estuvo delante de mis narices. No será porque no me lo avisaran familiares y amigos, pero yo les respondía en tono despreocupado, como quien confía plenamente en la humanidad, ¿qué puedo perder?¿una amiga?¿a mi pareja?.

Pues no amigos. Esto es como la frase aquella que decían antes las suegras, no he perdido a un hijo he ganado a una hija,  cuando sus hijos se casaban. Pues yo no perdí a mi pareja,  aunque ya no lo sea, porque vivimos bajo el mismo techo y tampoco perdí a una amiga, aunque ya no lo sea, porque sigo teniéndola de vecina en el quinto.

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