Son
las ocho y media de la mañana y aquí estoy yo, esperando en la puerta de Hacienda
con un puñado de escrituras y otros documentos. Soy la primera de la fila que
ya está creciendo. Abrirán a las nueve, pero tengo que asegurarme de que me
atiendan pronto para no llegar tarde al trabajo.
Estoy convencida de que por fin procederán a devolverme el dinero que me corresponde de la declaración de la renta de 2010. Dinero que estoy esperando como agua de mayo desde hace ya más de seis meses.
Estoy convencida de que por fin procederán a devolverme el dinero que me corresponde de la declaración de la renta de 2010. Dinero que estoy esperando como agua de mayo desde hace ya más de seis meses.
Quizá
ahí es donde ha residido mi error, porque al estar tan segura ha dolido mucho.
El problema, en realidad, estaba en la renta de 2007. El
inspector me ha dicho que no le dijera lo que Lola Flores, que no sabía que tenía que pagar. Aunque a
medida que me iba explicando lo que delataban los números se apiadaba de mí y ha
terminado llamándome cariño. Eso si, también me ha dicho; como ves, yo soy un hombre tranquilo, no me altero, pero esto es lo que
hay.
Lo que hay es un sablazo de no menos de seis mil
euros, a lo que habrá que sumar intereses y sanción.
Cuando
en mi defensa, y con mis explicaciones, he llegado a la parte de mi hipoteca en yenes japoneses, el funcionario de la mesa de al lado, que por cierto
estaba muy desocupado, casi se atraganta con el café. También ha prestado especial
atención en el momento en que el inspector que me atendía me ha preguntado, con
verdadera curiosidad, cómo llevaba lo de seguir conviviendo con El Contrario.
El Contrario es el padre de
mi hijo, y el autor de esas declaraciones de la renta tan maravillosas que yo,
negligentemente, no supervisé.
Creo
que esos dos hombres, que tan atentamente me han escuchado hoy, son un poco más
felices al saber lo miserable de la vida de otros. Ese será mi regalo de Reyes para ellos. Para
mí, me llevo un buen saco de carbón a cuestas.
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